El Chanque, Punta Negra.
Aquellos días de juventud, rebosantes de energía y sueños, se dibujan en mi memoria como un paisaje imborrable. El Chanque, con su vista privilegiada hacia el horizonte, era mucho más que un lugar; era un refugio de historias, risas y momentos compartidos.
La brisa fresca del mar acariciaba nuestros rostros mientras el sol, en su lento descenso, pintaba el cielo con tonos de fuego. Nos sentábamos en las rocas, contemplando la inmensidad, hablando de todo y de nada, construyendo castillos de esperanza con cada palabra.
El sonido de las olas rompiendo contra la orilla era la banda sonora perfecta de nuestras aventuras. En esos instantes, el tiempo parecía detenerse. La juventud nos pertenecía, con sus promesas y posibilidades infinitas.
Cada rincón de El Chanque guardaba un recuerdo: las caminatas al amanecer, los juegos improvisados, las charlas bajo las estrellas. Era un rincón donde los sueños florecían, donde la vida se sentía más viva.
Hoy, al evocar esos momentos, una sonrisa nostálgica asoma en mi rostro. La vista de El Chanque no sólo era linda; era un espejo de nuestra juventud, un recordatorio de la belleza de lo simple y la magia de los instantes compartidos.
El Chanque, Punta Negra, siempre será parte de mi corazón.